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Superbizarros: Dynamic Man

DYNAMIC3En estos tiempos de empatía, asertividad y coaching en vena, Dynamic Man nos recuerda lo que el poder espera de nosotros. El Hombre Dinámico es un androide eunuco que fue convenientemente congelado cuando empezó a resultar de mal gusto.

Con unos orígenes a lo Frankenstein, nació en un laboratorio en 1940. Fue diseñado para combatir a los nazis, pero el experimento se quedó en chapuza y Dynamic Man salió energúmeno, ario y homófobo. A su creador le dio un infarto en cuanto nuestro héroe abrió la boca.

En realidad no hubo ciencia alguna al concebirlo, sino tan solo el trabajo apresurado de la editorial Timely Comics, una prehistórica Marvel imbuida de valores bélicos.

Superheroe de noche y agente del FBI por el día, el Hombre Dinámico gozaba de un confuso conglomerado de superpoderes. Podía volar y era muy fuerte (o al menos atizaba mucho). Más dudosa resultaba su presunta superinteligencia y una capacidad para cambiar de forma que apenas utilizó.

Dynamic2Capturado por los nazis junto a otro puñado de segundones, todos fueron congelados por orden del Führer, que quería estudiarlos con calma. Durmió el sueño de los lerdos hasta que fue resucitado de la criogénesis. Pero era 2008 y Dynamic Man provocaba digestiones pesadas a cualquier tipo de audiencia.

Se le recicló como supervillano (alegándose un tipo especial de locura, claro) pero enseguida se le hizo morir quemado a manos del Reportero Fantasma (otro de los desgraciados congelados por Hitler).

Dynamic Man nunca tuvo historia. Existió solo por las ganas de tener un superhéroe «dinámico» en una época en que la palabra se puso de moda. Tuvo a su escudero particular en Dynamic Boy (una burda copia de Robin) y sus apariciones estelares en la legendaria colección Dynamic Comics.

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Sirva su triste lección para que nadie conciba ahora un Empathic Man (y ya de paso para enterrar en la medida de lo posible ese libro de Daniel Goleman que ha lavado más mentes que el «Mein Kampf»).

Para los nostálgicos del Hombre Dinámico el destino reserva una broma fatal: su nombre se utiliza hoy en día para vender «la fórmula de la virilidad«. Son solo pastillas afrodisiacas, pero suena bien.

DYNAMICMAN

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Superbizarros: Mystek

Mystek en acciónLos cómics son pecado desde que las religiones prohibieron representar imágenes. Los católicos son excepción, pero los cómics están malditos desde que San Pablo condenase a los que «adoraban a la criatura y no al Creador«. Y es que poco importa quién crea al personaje, porque los cómics consisten en idolatrar al héroe e ignorar al autor.

La tragedia de Mystek se explica por las leyes del copyright. Cristopher Priest (guionista que había colaborado en Conan y Green Lantern) pretendía crear un personaje y repartirse los derechos con la editorial DC. Para conseguirlo coló a Mystek en las colecciones en las que trabajaba.

La historia de Mystek tiene demasiados huecos. Una americana-coreana que había desarrollado claustrofobia durante una visita a Seúl (nunca se llegó a explicar qué había pasado allí). Tampoco quedaba claro cómo había conseguido sus poderes. Podía volar y manipular energía a nivel subatómico (metiendo en el ajo a la física de partículas y los quarks), lo que en la práctica se traducía en rayos, truenos y centellas.

Mystek quitándose el traje

Paranoica y esquiva, regentaba una tienda de electrónica que estaba en un sótano (ideal para su claustrofobia). Un día apareció por allí El Rayo, héroe de tercera fila que había sido fotofóbico (pasó la infancia encerrado convencido de ser alérgico a la luz… hasta que descubrió que el sol le daba poderes: lanzar descargas eléctricas, viajar a la velocidad de la luz y otras habilidades alucinantes). En la mejor tradición caótica de DC, el Rayo había tenido diversas encarnaciones (la clásica idea de resetear un personaje matándole y resucitándole después en un universo paralelo).

Cuando El Rayo entró en la tienda (¿para comprar una regleta, tal vez?) hizo saltar los sensores paranoicos que Mystek había instalado y fue detectado como poderosísimo metahumano. Mosqueada por lo que la había pasado en Seúl (¿pero qué demonios pasó en Seúl?), Mystek creyó que El Rayo había sido contratado por el FBI (¿?) para capturarla.

Así fue como esta mujer se enfundó en un traje metálico de fabricación casera que la hacía parecer un hombre. De hecho, parte de su gracia estaba en que nadie sabía que era una superheroína y no un superhéroe. Tras algunos encontronazos con El Rayo (y sin saber todavía qué había ocurrido en Seúl), el Detective Marciano (que tenía fobia al fuego… esta es una trama neurótica) la recluta para la Liga de la Justicia.

En este punto la idea estaba lanzada, pero la todopoderosa DC Comics lanzó una sonora carcajada cuando les propusieron compartir los derechos. ¿Compartir? En caso de prosperar, esa coreana que parecía un chico y sabía mucho de electrónica sería propiedad de la editorial y de nadie más.

Mystek claustrofóbica

Con lo cual el Creador decidió exterminar a su criatura enviándola en misión intergaláctica con la Liga de la Justicia. Durante el viaje en una nave tamaño Ford Fiesta, la claustrofobia dejó de ser un síntoma y se convirtió en un problema. Sintiéndose morir, Mystek hizo un agujero en el techo y saltó al espacio exterior, donde murió en pocos segundos.

Cristopher Priest reconoció que todo lo que rodeaba a Mystek había sido «una comedia de errores«, pero lo peor es que nunca nos contó qué diablos había ocurrido en Seúl. Probablemente ni tan siquiera él se acuerda.

El fin de Mystek

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Superbizarros: Skateman

ImageUna derrota rápida siempre duele menos. La decadencia es consustancial a héroes que se arrastran por las viñetas durante cientos de números, intentando encontrarle sentido a una identidad coja, superflua o simplemente patética. De todo eso sabe mucho Trillador Nocturno, el héroe ninja del monopatín. Al igual que él, Skateman también fue una ocurrencia coyuntural. Si a finales de los 80 lo que se llevaba eran los monopatines, a principios de la década perduraba aún la fiebre de la música disco y los patines clásicos, dos ruedas atrás y otras dos delante. La diferencia es que Trillador Nocturno aguantó casi 20 años y Skateman duró tan solo un número, el primero y último (lo venden en Amazon por 1 dólar). No conoció el declive sino que hizo el ridículo de manera mucho más respetable: de golpe y sin demora.

En el (casi) impecable expediente de Neal Adams, líder de la «edad de plata» de la editorial DC, siempre figurará la mancha de Skateman. A finales de los 60 y primeros de los 70, Adams rediseñó a pesos pesados del cómic como Superman y Batman. Pero 1983 fue el año de Flashdance y de los Culture Club, con su enfermizo Karma Chameleon. Skateman se ajustaba a esa línea estética y se calzaba los patines para combatir a una confusa amalgama de Ángeles del Infierno, inmigrantes ilegales y atracadores drogadictos.

Portada del Skateman #1Ex combatiente del Vietnam (algo frecuente entre los superhéroes…. quizás una excusa para explicar su errático comportamiento), Skateman era un experto en artes marciales que vivía del patinaje profesional (¿?) hasta que, en un patoso incidente, mata a su mejor amigo (y contrincante) tras adelantarle y empujarle a las gradas. Atormentado por el suceso, se muda a California con su novia periodista, que poco después es secuestrada por el hampa.

Planteadas las motivaciones del héroe (sentimiento de culpa y ansia de venganza), el resto del único número jamás publicado de Skateman es una sucesión de diálogos estúpidos y breves refriegas en las que el protagonista patina sobre las caras de sus enemigos. Rumores interesados dicen que en realidad Neil Adams no fue autor de semejante bochorno. Como buen artista disponía de un nutrido grupo de «negros» a los que responsabilizar de los proyectos fallidos.   

Esta trama tan rotundamente olvidable consiguió, pese a todo, pasar a la posteridad. Nombrado peor cómic de la historia en varias ocasiones, Skateman atesora una reducida pero fiel cohorte de fans que se disfrazan de su ídolo en las Comic-Con. Y todo porque supo hacerlo todo mal pero muy rápido, sin aburrir. Es mejor ser lamentable una sola vez que resultar mediocre el resto de tu vida.

Skateman en acción

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Superbizarros: Mojo

MojoLa frustración es la madre de las malas ideas. El rencor suele ser el padre, pero las malas ideas acaban siendo bastardas.

Los papás del supervillano Mojo fueron Ann Nocenti (guionista de Daredevil) y Art Adams.

Nocenti había intentado vender una serie de TV a varias cadenas. «No tendría suficiente audiencia», la decían.

Cuando fue contratada en Marvel, se inspiró en los ejecutivos de las productoras para crear un archienemigo difícil de olvidar.

Mojo era un alienígena repulsivo 100% grasa (no tenía huesos) que se desplazaba sobre un escorpión mecánico. Su némesis era Longshot, un clon de pésimo gusto (para dibujarle se fijaron en Limahl, cantante de «La Historia Interminable»).

El lejano universo de Mojo y Longshot estaba habitado por invertebrados psicóticos. La causa de su locura era la televisión terrícola: sus ondas les llegaban a través del espacio, provocándoles aterradoras pesadillas. Imagínate que cada noche sueñas con «Sálvame».

mojoooEstos invertebrados pasaban tanto tiempo viendo la tele que no tenían tiempo de trabajar, por lo que crearon unos clones-esclavos. Para hacerlos se fijaron en los seres que aparecían en sus pesadillas. Eran los años ochenta: Stallone, Emilio Estévez, Michael J.Fox… Limahl cantaba «La Historia Interminable» y su contaminación acústica recorría el cosmos.

Mojo era el dictador de este delirio, dominando a las masas con teletienda, concursos y pelis de acción. Longshot era el actor de moda. Para conseguir un taquillazo, Mojo envió a su reparto a la Tierra, donde lucharon contra los X-Men. Un amnésico Longshot se rebeló contra su creador y decidió combatir al tirano, lo que supuso un récord de audiencia que dio a Mojo más y más poder.

Inmune a cualquier tipo de ataque, Mojo solo tenía un punto débil: si bajaban sus índices de audiencia todo le hacía daño. Hijo de la frustración y del rencor, aún sigue apareciendo en algún que otro cómic, siempre en busca de la fórmula del éxito catódico.

Los habitantes de su planeta están peor que nunca: las ondas de nuestra telebasura siguen poblando sus pesadillas. Últimamente sueñan con famosos que compiten para ver quién salta mejor desde un trampolín. Ya lo dijo Mojo: «Tengo 72.000 canales y ni un solo programa que merezca la pena».

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Superbizarros: Ave de Trueno

John Proudstar, indio apache confinado en una reserva de Arizona, descubrió a edad temprana sus poderes mutantes: muy fuerte, muy rápido, vista aguda y buen oído. Nada impresionante en un universo de seres voladores con habilidades imposibles. Ya desde el principio, cuando el profesor Xavier le reclutó para la segunda Patrulla X, quedó claro que Ave de Trueno correría la suerte del actor secundario negro, el amigo del héroe que es sacrificado para que los malos sean malos y los buenos un poco mejores. En la parodia Hot Shots, protagonizada por el últimamente glorioso Charlie Sheen, el personaje encargado de desempeñar este rol tenía el acertado nombre de Fiambre.

Ave de Trueno reunía todas las características de la típica carne de cañón: valiente patriota (con un pasado como héroe del Vietnam) de carácter difícil pero con un estricto código de honor que le hará sacrificarse en plan mártir alucinado. Cuando la Patrulla X combatía al Conde Nefaria, Ave de Trueno se lanzó sobre la avioneta del villano, que caía en picado hacia el desastre. Quizás lo hizo para salvar al supergrupo, que no corría especial peligro, o quizás se dejó llevar por su masoquismo apache. La avioneta explotó y Ave de Trueno murió para ser insistentemente recordado. Primer mártir del «mutantismo» (la saga de supergrupos mutantes que orbita en torno al profesor Xavier), ha sido comparado por los sesudos del cómic con el rapero Tupac Shakur: ambos fueron mucho más célebres muertos que vivos.

Creado por Len Wein (uno de los padres del últimamente glorioso Lobezno), no se le concedió el eterno reposo y fue resucitado como zombi por un supervillano de segunda. Alguien tenía que palmarla para dejar claro que la Patrulla X iba en serio, que en los cómics existía la muerte y el drama. Ya lo dijo Fiambre: «Voy en un jet, ¿qué me puede pasar?«.

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